Bienpensante


Marina
March 1, 2009, 10:45 pm
Filed under: habla, memoria, idealismo, pop

Habíamos ido con mi auto, supongo que A. no estaba. No, seguro que no estaba porque sino hubiéramos ido con el suyo. Estábamos un poco hinchados los huevos, aburridos del clima turbio de Castelar y queríamos salir con el auto, lejos. Terminamos en Luján, que suena lejísimos, pero que para nosotros no lo era tanto, sólo algunos kilómetros por autopista. Estaba con P. y con G., seguro, de ellos dos me acuerdo. Dimos un par de vueltas por la plaza, pasamos por un par de boliches atestados que no tenían ni la más minima pizca de algo que pudiera interesarnos, y terminamos en un bar, medio rustico, casi hippie diría, con mucha gente adentro, tomando cerveza, sobretodo. Ahora que lo pienso estaban también los amigos de G. que nunca me cayeron bien, pero que nos acompañaban casi siempre y yo no decía nada, porque nada había para decir, al menos nada que no hiciera estallar un globo de improperios y discusiones que, desde luego, no tenia ganas de desatar.
Llegamos a este bar con P. y G. los tres solos. Los amigos de G. debían haberse demorado en esos boliches a los que no había forma, ni bajo amenaza, de convencerme a entrar. Este bar, dentro de lo densamente asistido que estaba, nos venia bien, podíamos conseguir una mesa, sentarnos, pedir una cerveza. Eso era un triunfo. Así de mal estábamos. Pedimos una cerveza rápido, aun sin conseguir mesa. Ahora que me acuerdo, P. se topo con los otros miembros de su banda, esa en la que empezaba a tocar, mezcla telúrica de Pink Floyd con el chaqueño Palavecino. Eran horribles, pero no se lo podía decir. Estábamos parados, esperando que se desocupara una mesa, tomando cerveza del pico. G. cuando quedábamos solos, por algún motivo, me empezaba a hablar de literatura, aunque yo no quisiera. Le puse siempre, hasta que dejamos de vernos, cara simpática y le seguía la conversación, diciendo incluso cosas que no creía, que no quería decir, pero que me veía compelido a decir, para no tener que discutir al pedo.
De repente, P. vio que se desocupaba una mesa, cuadrada, entrábamos los tres y sobraba un asiento, que quedó libre. P. y G. se sentaron enfrentados y yo quede enfrentado al asiento vacío y más allá, a una mesa de unas chicas, en las que no repare demasiado. Una de ellas, morocha, que de casualidad quedo mirándome, sólo eso registre al principio. P. siguió contándonos anécdotas de sus compañeros de grupo, que eran de por ahí y aparentemente, venían a este bar seguido. Levante la vista un segundo y agarre, de sorpresa, a la chica morocha mirándome, que rápidamente corrió la vista a otro lado. G. se preguntaba donde estaban sus otros amigos y empezó a hacer chistes sobre lo que podrían estar haciendo. “F. ya le debe estar tirando los perros a una gorda” dijo entre carcajadas, yo reía disimulado, mirando invariablemente a P. y a G. Por tercera vez, vi más allá, a la mesa de enfrente, y vi de nuevo a esta chica mirándome, ahora fijo a los ojos. Esta vez tuve yo que correr la vista. No entendía.
A partir de ahí deje de escuchar lo que P. y G. decían. Sólo podía pensar en que quería esa chica enfrente mío, por qué me miraba. Levante la vista un par de veces, la vi mirándome, los dos ya estábamos al tanto y sin embargo, con una leve sonrisa o con un leve gestito, yo siempre, pero siempre, corría la vista. Disimulado, sin sonrojarme, pero la corría. Lo hacia sin nervios, cambiaba los ojos de lugar, sin mover el cuerpo, simulando estar escuchándolo a P. que hablaba, movía los labios, pero no tenia la más minima idea de lo que decía. Las cervezas seguían apareciendo, las seguíamos pidiendo, yo ya estaba un poco tomado. Un par de veces yo mismo me paré a pedirlas a la barra que estaba cruzando un patio. Las dos veces que me pare, coteje disimuladamente cómo estaba bajo la atenta mirada de ella, que intentaba llamarme la atención. Yo añoraba secretamente que se parará, se me cruzara en la puerta y tuviéramos que hablar, que la cosa se forzara. Sabia que si de mí dependía, no íbamos a hablar nunca. Volví después de traer la segunda cerveza y me encontré con los amigos de G. que llenaban nuestra mesa. Contaban anécdotas ridículas, de esas que funcionan esos quince minutos que estas ahí y que nunca jamás se les ocurriría repetir, felizmente. Como no entrábamos, pedimos más sillas y uno de los amigos de G. se acerco a la mesa de las chicas, para pedirles una silla que sobraba. No quise ni mirar. Estaba embotado. Me paré para ir al baño, cruzando también el patio, sin siquiera mirar la mesa de al lado, y mucho menos a ella, que sin embargo, sabia que me estaba mirando. Cuando volví, mire fijo al punto del bar en que estaba nuestra mesa y lo encontré vacío. Mire unos centímetros más allá y note que nuestra mesa y la de las chicas estaban juntas, mis amigos agolpados con ellas. Había tres lugares libres. Mi amigo P. me señalo el lugar que a mi me tocaba, los otros dos quedaban libres. Note que la morocha que me miraba y la chica que tenia sentada al lado, no estaban. Me senté, nervioso ya e inmediatamente G. me dijo: “te pedí un whisky”. Asentí y mire a P. que me miraba risueño, riéndose levemente. De repente, por mi espalda, llegaron las dos, su amiga se sentó rápidamente al lado de P., casi instruida para eso, y ella, sin dejar de mirarme, se me sentó al lado. Supuse que tenía que empezar a hablar, a decir algo. Hablamos, sí. No quedaba otra. Me sentía tremendamente fuera de lugar, y sin embargo, terriblemente feliz, porque ella me escuchara. Hablábamos ridículamente de Nietzsche sólo porque ella, después de haberle confesado que estudiaba filosofía, me dijo que le gustaba. Se llamaba Marina, tenia 22 años (no recuerdo, pero debía tener 19, o 20 años yo en esa época y era ridículamente inexperimentado) y estudiaba diseño grafico. Nos reímos juntos, tuvimos silencios incómodos juntos, no supimos por momentos que decirnos y después volvimos a charlar. Ella vivía sola, en Almagro. Sus padres eran de Luján y ella volvía los fines de semana a visitarlos y a ver a sus amigas. Era linda, muy linda. No entendía porque había sido toda esa maniobra, porque se me había quedado mirando a mí, porque había hecho esa movida para sentarse al lado mío, porque seguía escuchándome, aunque yo ya no tuviera demasiadas cosas que decir. Por supuesto, le dije qué lindo nombre, y todas esas imbecilidades que a esa altura pensaba que servían para algo. Seguíamos tomando whisky, ella me acompañaba, casi por reflejo, me ofrecía su vaso cuando se terminaba el mío. Yo ya había perdido completamente la cabeza a esa altura, actuaba en automático.

Pasaron, no sé, dos horas, tres. Nos seguíamos mirando, charlando, aun cuando la gente saliera huyendo del bar, por lo tarde que se había hecho. De repente, sus amigas se pararon, su amiga, la que se le sentó al lado, también. Ella, por reflejo, la miró y tuvo que pararse también. Me miraba desde arriba, expectante. Yo ya miraba casi para otro lado. Supe que tenía que decir algo, insistir con algo, pero sólo pude pararme, mirarla dos segundos a los ojos estando muy cerca, decirle chau y darle un beso en la mejilla. Se siguieron despidiendo, los amigos de G. riéndose, diciéndole algo a P. al oído después. No me senté de nuevo, de hecho, cuando la vi agarrando la puerta para salir a la calle, me le acerque y la agarre del brazo. Se dio vuelta, sorprendida. La mire fijo y le pregunte: “¿no me vas a dar tu teléfono?” me sentía ridículo, inmensamente avergonzado, pero sin poder hacer ninguna otra cosa. Ella me dijo que sí, riendo casi y saco un papel que escribió con apuro, mientras sus amigas la llamaban. Me dio otro beso en la mejilla mientras me ponía el papelito en el bolsillo del abrigo. Mientras se iba, me incline sobre la puerta, viéndola irse, completamente borracho, avergonzado, pero feliz.

Nunca la llamé. De hecho, nunca pude. Nunca le pedí el teléfono. La deje irse, sin más, sin saber que hacer, la deje que me mirara desde arriba, con expectativa. Y nada, le dije “chau” solamente, con una sonrisa. Dormí todos los días de esa semana soñando en llamarla, soñaba que le pedía el teléfono, que me lo daba y que nos juntábamos a comer esa semana, en su depto. Soñaba que me quedaba esa noche y que nunca más volvía a mi casa. La soñaba al lado mío, abrazada a mi brazo, con un abrigo grueso, largo, caminando por Yrigoyen en invierno, yendo juntos al supermercado, a comprar las cosas para la cena.


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Está lindo che.

El mejor de todos los que subiste hasta ahora. Y no es que los otros no hayan estado buenos.

saludos!

Comment by Mauro

Call me morbid, call me pale
I’ve spent four years on your trail
Four full years of my life
On your trail

And if you have five seconds to spare
Then I’ll tell you the story of my life:
Nineteen, clumsy and shy
I went to Luján and I…

Comment by Robledo Puch




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